ARSENIO ERICO
EL ÁNGEL QUE JUGÓ PARA LOS DIABLOS
NIÑEZ Y ADOLESCENCIA
Arsenio Erico a los doce años (Febrero de 1928), el primero de los sentados a la derecha en la cancha de los eucaliptos donde nace la academia, a una cuadra de su casa paterna. |
Corrían los años de la segunda década del siglo XX, una época de grandes eventos históricos para el Paraguay. La sociedad parecía despertarse del impacto de una pesadilla muy real y hervía en inquietudes. Los jóvenes de los colegios recitaban poemas de Ortiz Guerrero y los mozos amanecían en largas serenatas entonando las primeras guaranias, el nuevo ritmo musical creado por José Asunción Flores. Los estudiantes, al lado de los sindicalistas, pletóricos de ideales y de patriotismo, exigían salarios dignos, la reivindicación de las figuras del Mariscal López, del doctor Rodríguez de Francia y la defensa del territorio chaqueño pretendido por Bolivia.
Era una época difícil, pero añorada por los mayores. ¿Quién no escuchó a su abuelo comentar aquellos tiempos de pantalón corto, trompo y pelota de trapo? Aquellos días de naranjeras, de burreritas de ojos azules, de tranvías tirados con mulas y de guardapolvo escolar manchado con tinta china.
Arsenio contaba aquellas anécdotas infantiles llenas de inocentes picardías. Pues, como muchos de los niños, con sus amiguitos del barrio, por el camino entre la escuela y su casa, pasaban las tardes de la semana disputando interminables "partido so’o 10 golpeguá" (partido que ganaba el que llegaba a convertir primero 10 goles), usando frutas de apepú (naranja agria) como pelota; mientras, esperaban ansiosos la llegada de los sábados y domingos para ir al Salesianito donde, después de la larga misa, podían jugar con un balón de verdad, con una pelota de cuero que el padre Cassanello cuidaba como si fuese cristal.
Arsenio realizó sus primeros estudios en la Escuela Gral. Díaz y, luego, la secundaria en el Colegio Natalicio de María Talavera y el Colegio Nacional de la Capital. Su niñez fue concentrada, pensativa: el espectáculo de una naturaleza impregnada de lo sublime le educó en el gusto de la soledad. Aunque era frágil físicamente, era en extremo hábil para las contorsiones y para dominar con la cabeza y los pies cuanto objeto esférico liviano que se cruzaba en su camino. Para entretenerse, sus amiguitos le pedían que haga su asombroso malabarismo; pues las inertes pelotas de trapo o de fruta, al entrar en contacto con los pies de Arsenio, parecían cobrar vida saltando como si fueran de goma. Al término de "la función" todos intentaban imitar sus habilidades, pero sin éxito.
A mediados de 1927, en el Salesianito, bajo la dirección del padre Zorrilla, se formó un equipo infanto-juvenil integrado por Herminio Pino y Ezequiel Solís (arqueros), Salvador Campos, Livio Duarte. Mateo Martínez, Margarito Navarro, Casiano López, Eligio Esquivel, Hincho Villalba, César Adorno, Rubén Aveiro y los hermanos Armando, Adolfo y Arsenio Erico.
El equipo fue denominado "Los Azules" por el color de la casaca. Los Azules se mantuvieron cinco años sin conocer la derrota. En la temporada de 1930, los Azules disputaron 24 encuentros, marcaron 79 goles (15 por Erico) y solamente les convirtieron 23 tantos, y se consagraron campeones invictos por quinta vez consecutiva.
El mismo año, Los Azules del Salesianito recibieron una invitación para ir a jugar en la ciudad de Concepción.
El pa'í Pérez, director de la Institución, aceptó el desafío de los norteños y fueron a disputar dos partidos. Primero derrotaron al Mariscal López de la primera división por 4 a 2, luego por 3 a 1 a Don Bosco. Una de las principales figuras del equipo ya era Arsenio Erico, que con sus 15 años ya era todo un crack en la cancha.
Primera noticia de Arsenio Ericoaparecida en los diarios de 1928 como jugador de las divisiones inferiores |
DEBUT EN PRIMERA
Anunciado debut de Arsenio Erico ante Sol de America el domingo 27 de septiembre de 1931 |
Con 16 años y seis mese debuta Arsenio Erico con la casaca de Nacional de Paraguay |
Corría el año 1930. Paralelamente al equipo "Los Azules" del Salesianito, Arsenio jugaba en las inferiores del club Nacional, uno de los grandes clubes del barrio con el que simpatizaron los Erico. Un día, cuando se acomodaba para presenciar el juego de los mayores, el técnico le tiró una de las camisetas diciéndole: apurate mita'í, vas a entrar de marcador de punta. Así, Arsenio, con sus recién cumplidos 15 años, sorpresivamente, debuta en primera división ocupando el puesto de marcador de punta izquierda.
Por entonces, su fama de goleador todavía era incipiente, pero ya demostraba una fuerza interna y una habilidad primorosa, acompañada de una constante inspiración que convertían sus jugadas en arte. Sin embargo, se valoraban más sus asistencias para los compañeros para marcar los goles. En aquel equipo del Nacional, además de sus hermanos Armando y Adolfo, también jugaba su primo Rafael Erico.
Dos años después, cuando Arsenio se afirmaba como titular indiscutido en la delantera de Nacional, se inició la contienda bélica en el Chaco. Miles de jóvenes paraguayos y bolivianos empezaban a ser tragados por el monstruo de la guerra. Boquerón, el bastión inexpugnable de los bolivianos, al fin, después de triturar la vida de cientos de oficiales jóvenes paraguayos, el 29 de septiembre cayó en manos de los guaraníes, y la propaganda oficial festejó como el comienzo del triunfo final para entusiasmar a la población y facilitar su movilización para la defensa de la patria.
La guerra había resultado extremadamente violenta y hambrienta de vida. En poco tiempo, los jóvenes amigos y vecinos de Erico que marcharon a participar de ella volvían heridos, mutilados o muertos. Pero a pesar de la trágica visión, que se volvía cotidiana, también Arsenio se sintió llamado a defender la patria herida. Junto a varios amigos se alistaron para marchar a los espinosos cañadones chaqueños, donde se daban las acciones bélicas.
La movilización para la guerra con Bolivia era intensa. Una fría mañana, unos amigos de Arsenio, con quien hizo una breve pasantía en la Escuela de Aspirantes para Oficiales de Reserva de Paraguarí, se apersonaron en la casa de los Erico y, minutos más tarde, alegres, Erico y sus amigos se despidieron de doña Margarita, la madre de Arsenio, quien resignada les echó las bendiciones al verlos marcharse rumbo al puerto. Allí les esperaba el vapor Tacuary para trasladarlos hasta Puerto Casado, donde completarían sus formaciones para la guerra antes de ser conducidos por un tren de trocha angosta hacia el escenario de las hostilidades.
INDEPENDIENTE Y RIVER PLATE EN LA PUJA
En la selción de la Cruz roja, Arsenio (3º parado de la izquierda), a los 18 años. |
Apenas finalizado el partido, el señor Alfredo Roche, presidente del club Independiente, llegó junto a Arsenio para felicitarlo por su arte y expresarle formalmente su interés de contarlo en su equipo. Arsenio le agradeció la oferta, pero le habló de un impedimento. Le recordó que el Paraguay estaba en guerra con la hermana república de Bolivia y que al momento de su partida estaba prestando servicio como conscripto aspirante a la Escuela de Sub Oficiales, y que de aceptar un compromiso en el exterior, sin el permiso de sus superiores, sería tomado como desertor...
Cuando, más tarde, los directivos del River Plate se acercaron a Erico para manifestarle su fabulosa oferta, Erico les agradeció y les habló del impedimento ya mencionado y de su compromiso con el directivo del club de Avellaneda. Los de River insistieron doblando el monto que en principio habían ofrecido. Erico volvió a agradecer la oferta y se disculpó nuevamente diciendo: no es una cuestión de plata, lo que pasa es que ya di mi palabra de compromiso al señor Roche del Independiente...
En la misma semana, cuando la gente del River Plate se reunió para analizar el "impedimento" para traer al joven delantero paraguayo, el presidente del "modesto" Independiente ya estaba realizando en la capital paraguaya los primeros contactos necesarios para contar con Arsenio Erico entre la fila de sus muchachos.
El señor Roche y su equipo de negociadores consiguieron en dos semanas que el Ministerio de Defensa Nacional, "por los extraordinarios servicios prestados" otorgue un Permiso Especial y la Libreta de Baja al joven deportista Arsenio Erico, para que pueda vincularse al club Independiente de Buenos Aires.
La operación entre el jugador y el club Independiente de Avellaneda se realizó el 6 de abril de 1934 en las siguientes condiciones: 5.000 pesos de prima por dos años. 200 pesos mensuales y otros premios según las recaudaciones. Así, tras unas semanas de descanso en Asunción, Arsenio partió para Buenos Aires para enrolarse al club Independiente; pero antes, pasó por la sede de la Cruz Roja Paraguaya para donar íntegramente los 5.000 pesos que su nuevo club le había adelantado como prima.
Mientras, el presidente de River Plate, desconociendo que su colega de Independiente ya le había ganado de mano, envió a un representante hasta la capital paraguaya para forzar, cueste lo que cueste, la contratación de Arsenio Erico. Pero, cuando el emisario de River Plate llegó a Asunción, Erico ya había abordado el barco que lo conduciría al puerto de Buenos Aires.
El enviado, al tanto de la noticia del viaje de Erico hacia Buenos Aires, telegrafió inmediatamente a su presidente. Erico, a su vez, avisado de que la gente de River Plate lo estaría esperando en el puerto para llevarlo a cualquier precio hasta el barrio de Núñez, descendió en la ciudad de Rosario donde, a escondidas, tomó un tren hacia Buenos Aires, para luego poder dirigirse directamente al club de Avellaneda.
EL INICIO DE LA ERA ERICO
Por lo mucho que se habló de la actuación de Erico con la Selección de la Cruz Roja, su debut con la camiseta roja no conformó a los directivos de Avellaneda y tranquilizó a los de River. Sin embargo, en la siguiente fecha, el 13 de mayo de 1934, frente a Chacarita Juniors, ya comenzó su fabulosa cosecha de goles, ahora como jugador profesional.
Desde aquel día, salvo un pequeño paréntesis provocado por la doble fractura de su brazo, no paró de marcar goles imposibles de narrar. Comenzó a deslumbrar con sus saltos espectaculares que llevan su cabeza más arriba que las manos de los arqueros, o amaga una "palomita" y pega el balón de taquito, como un escorpión... Otras veces elude a toda la defensa y, cuando le sale el arquero, amaga tirar fuerte para luego tirar suavemente el balón hacia la red...
Desde aquel partido contra Chacarita, Erico fue EL ESPECTÁCULO de los domingos. La gente lo consagró como uno de sus ídolos y se iba al estadio solamente para ver jugar a Erico, para aplaudir su gambeta zigzagueante y veloz que, como una luz de luciérnaga, esquivaba los guadañazos, las alevosas patadas de los adversarios que no podían pararlo; para aplaudir sus inspiraciones volcánicas, sus goles magistrales.
A pesar de su estatura mediana, de un metro setenta y cinco centímetros, por arriba siempre ganaba al adversario más lungo; sus piernas parecían tener unos potentes resortes que lo catapultaban hacia arriba, contra la gravedad. Por abajo, era una mezcla de mariposa y gacela. Se escurría de sus vigilantes como flotando en el aire, siempre lleno de solvencia, precisión y elegancia.
En una época de grandes "cañoneros", Erico impuso un estilo lleno de sutileza. Fue un goleador elegante, con clase. Sus disparos sin potencia, precisos e inesperados parecían a propósitos para producir en el aficionado un escalofrío, una sensación de angustia. Todo el estadio contenía la respiración en esos interminables segundos para luego explotar en salvajes gritos de júbilo.
Cada conquista traía su inconfundible sello, venía impregnada de un rapto de elegancia. Cada gol parecía fabricado para ilustrar la tapa de un libro de antología de goles. Quizás por eso, cuando se dijo que Scotta había superado uno de los records de goles de Erico, un aficionado del Independiente (y de Erico), como no queriendo admitir, dijo: "...pero che... los goles de Scotta son de ferretería y los de Erico eran de joyería".
Pronto la prensa agotó los adjetivos para calificar sus acciones, ya no le llamaron Arsenio, paragua, ni Erico. Le dijeron: El ángel que juega para los diablos, El mejor jugador de la historia, El arcángel de los diablos, El hombre de plástico, El hombre de mimbre, El paraguayo de oro, El hombre de goma, El diablo saltarín, El saltarín rojo, El rey del gol, El semidiós de Avellaneda, El virtuoso, El aviador, Mister gol, El duende, El mago...
1937, AÑO DE LA GLORIA
Maximo goleador de 1937, con 47 goles. |
El año 1937 fue sinónimo de gloria para los diablos de Avellaneda, pues, aunque quedaron a un punto del campeón River Plate, fue el año en que aparecieron, como una luz auroral, los hombres de una fabulosa delantera que rompió con todo el pasado del fútbol argentino y estableció un nuevo estilo de juego.
Los rojos, desde la otra orilla del Riachuelo, lograron afirmar una conjunción de primera agua, trajeron un aire nuevo que se manifestó en juego brillante, estilizado y productivo. Es cierto, se quedaron en la antesala, pero anunciando a los cuatro vientos que el año de su divisa ya estaba a la vista.
El trío De la Mata, Erico y Sastre, respaldado por Reuben, Zorrilla y Nattino, fueron sencillamente una delantera espectáculo que produjo un fútbol de caracteres antológicos.
Fue una temporada excepcional. Con una producción admirable donde se marcaron 1.266 tantos en 306 partidos; donde tres equipos superaron los 100 goles: Independiente y River 106, y Boca 101. Fue precisamente en aquella temporada que Arsenio Erico, el bailarín rojo, marcó los 47 tantos. Un récord espectacular. Y fue, precisamente, en uno de los partidos del certamen, al enfrentar el Independiente a los "cerveceros" de Quilmes, que Erico marcó la friolera de 6 tantos. 1937 fue un año de gloria, no sólo para el Independiente, pues fue el año en que nació una nueva manera de jugar, un nuevo estilo que identificaría para siempre al fútbol rioplatense.
1938, EL COMIENZO DE LA GLORIA
Erico, siempre goleador |
Por suerte, las primeras fechas del campeonato de 1938 sirvieron para afianzar la imagen de equipo demoledor que Independiente había modelado el año anterior. Las redes se seguían sacudiendo con la misma frecuencia, logrando 22 goles en tan sólo 5 fechas.
Independiente marcaba el ritmo, y el resto de los pretenciosos equipos bailaba a su compás. Apenas San Lorenzo logró soportar la furia de los diablos; le había sorprendido con 2 goles a 0; pero, aquel resultado sirvió de aviso a Independiente para no subestimar a sus rivales, y para darse cuenta de que el camino a la cumbre de los grandes todavía contaba con guardianes dispuestos a cerrarle el paso.
La siguiente fecha fue un clásico de barrio: Independiente 2, Racing 2. Las calles de Avellaneda, por primera vez, quedaron exentas de cargadas; pero, un par de domingos después, se llenaron de rojas ilusiones. Los muchachos dirigidos por Guillermo Ronzoni se encargaron de encender a media ciudad a puro grito de gol. Con Erico a la cabeza apilaron goleada sobre goleada, y con Sastre como bandera supieron manejar los ritmos del juego cuando los goles no caían en cascada.
El desafío era enorme. Independiente necesitaba mostrarse a sí mismo como un equipo con mística ganadora, pues llevaba el trauma de perder siempre contra los equipos más débiles. La falta de pulso para sostener en alto el puño de la victoria fue un estigma superado con alegría, con un bailarín comparado a uno del ballet ruso. Erico era el Nijinsky de Diaghilev. El césped de las canchas no era más que el escenario donde Zorrilla, De la Mata y Sastre levitaban con la magia del gran saltarín rojo. Con aquella legendaria delantera, Independiente había encontrado, por primera vez, esa impronta que significaría su historia: la estirpe de campeón.
El rojo decálogo final repitió una y otra vez los mismos elementos. Desfiles de triunfos, equilibrio justo entre técnica y guapeza, una irrepetible capacidad goleadora (115 tantos en 34 partidos del campeonato, récord para el fútbol argentino) y el carácter que debe tener todo campeón. Independiente comprendió que para aguantar la presión de los grandes (River-Boca), tenía que aferrarse a todos los puntos que le pasaran por delante. Ganar, siempre ganar. Y así lo hizo.
Una jugada descripta en los periódicos del 18 de diciembre, última fecha de aquella temporada, refleja el espíritu con que jugó aquel equipo. Erico elude al arquero, queda en posición de gol pero, en vez de definir, asiste a De la Mata para que éste anote con más comodidad y continúe abultando la goleada.
A los delanteros de Independiente les sobraba margen. El 8 a 2 ante Lanús fue un desenlace previsible. Un cierre consecuente con la categoría de equipo de aquel conjunto de Avellaneda. Letal. Arrollador. Campeón.
GOLEADOR RÉCORD
La magia de Arsenio Erico no fue de una tarde, ni limitada a un campeonato. Se consagró máximo goleador del campeonato argentino los años 1937, 1938 y 1939. Su capacidad de convertir goles brilló en el firmamento con la rutilante luz de un verdadero astro, por más de un lustro. Y, si decimos que cualitativamente sus conquistas eran asombrosas, cuantitativamente éstas se presentan insuperables.
Erico, con sus 293 goles para el Independiente, sigue siendo el mayor goleador del fútbol argentino, un récord que no se ha podido superar hasta la fecha; a igual que su marca de la temporada del año 1937 que llegó a 47 goles en 34 partidos. Aquella cifra sigue siendo hasta hoy en día un récord absoluto en el fútbol profesional del Río de la Plata. Nadie ha podido igualar siquiera y, a juzgar por la estadística, es casi imposible que sea superada en una sola temporada.
En 1938, la tabacalera Piccardo, "Cigarrillos 43", hizo un desafío, prometió premiar al jugador que convirtiera en aquella temporada exactamente 43 goles. Faltando una fecha para la conclusión del campeonato, Erico ya tenía 41 goles y a su equipo, el Independiente, le tocaba enfrentarse a Lanús. A los pocos minutos del comienzo del partido, Erico ya tenía redondeados los 43 goles. Y lo fantástico fue que, cada vez que Erico se proyectaba hacia el arco rival, era el público que le recordaba que ya no debía seguir haciendo goles; entonces Erico retrocedía y buscaba a algún compañero para cederle el pase. Aquella tarde de fiesta, Independiente se impuso a Lanús por 7 goles contra 1, consagrándose campeón del fútbol argentino.
La empresa de la mencionada marca de cigarrillos entregó a Erico una medalla de oro y 2.000 pesos de premio, premio que Erico compartió con sus compañeros de equipo. También, en aquella ocasión, los directivos de dicha empresa le propusieron a Erico lanzar un nuevo producto con su nombre y su foto en cada cajetilla del cigarrillo y abonarle un porcentaje de la venta. Erico agradeció la oferta, pero rechazó argumentando que él creía que el cigarrillo no era asociable con el deporte.
Arsenio Erico marcó, oficialmente, 293 goles con la camiseta roja del Independiente y, jugando para la misma institución fue el máximo goleador de la AFA en las temporadas 1937, 1938 y 1939 con 47, 43 y 40 goles.
Los 47 goles que Erico marcó en el año 1937 siguen siendo un récord no superado hasta hoy en el fútbol profesional argentino.
En 1936, en un partido que Independiente ganó a Quilmes por 7 a l, Erico marcó 6 goles. Otro récord de Erico que se recuerda es la marca de 20 goles que le convirtió al arquero Romanet de Chacarita Juniors. Hasta hoy no se ha registrado un caso similar en que un mismo jugador, jugando por el mismo equipo, le convierta esa cantidad de goles a un mismo arquero.
Otro record que se adjudica a Erico es la concurrencia de público y venta de entradas en los partidos del profesionalismo, sin la participación de equipos grandes. Este record se registró en el año 1947, cuando jugaron Atlanta-Huracán y se vendieron 33.407 entradas. Le sigue Velez-Lanús, año 1956, con 31.570 entradas y, tercero Velez-Huracán, año 1973 con 24.875 entradas vendidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario