"LA GRAN APILADA DE CAPOTE" |
El 12 de octubre de 1939 se produjo uno de los mejores goles en la Historia del futbol argentino sino el mejor, unos segundos después de que a Vicente de la Mata, alias Capote o Gallego, un verdadero diablo rojo del Independiente de Avellaneda, se le ocurriera la brillante idea de gambetearse a todo millonario que se le interpusiera entre la pelota y el arco de River Plate aquella gloriosa tarde la retina de los ojos de esas miles de personas que concurrieron al monumental quedaron eclipsados ante semejante jugada.
Cuando el arquero se la dio allá en el fondo, Vicente levantó la cabeza, se acarició los bigotitos con la punta del índice como reflexionando y ahí nomás salió, elegante, seguro de sí mismo, con esa sonrisa seria que se les dibuja en la cara a los futbolistas que nunca olvidan que el fútbol es un juego y que ellos están jugando, esa sonrisa que, si nos fijamos bien, ya les delata la travesura que están por hacer.
Y empezó a pasar gente, uno se tiraba a la derecha y el Capote aparecía en la izquierda, otro se clavaba para pecharlo y el Capote ya estaba haciéndole un caño. Si el defensor le miraba los pies el Capote se la pasaba por arriba de la cabeza y si le miraba la cabeza se la pasaba por abajo de los pies. Si el tipo le tapaba el flanco derecho, el Capote se la tiraba por la izquierda y lo esquivaba por la derecha para encontrarse de nuevo con la pelota a las espaldas de su adversario. Así se pasó a todo el equipo rival dos veces (y a algunos defensores hasta tres veces teniendo en cuenta que los esperaba a que se levantasen del revolcón que se habían pegado, acotaba mi viejo) siempre utilizando una maniobra diferente a la anterior como si estuviera mostrando un formulario de la creatividad en el malabarismo, hasta que le quedó el arquero a tiro. Miró uno de los palos y como quien no quiere la cosa, casi aburrido ya de tanto firulete, la durmió en las redes que estaban enganchadas en el otro. Qué querés que te diga, decía mi viejo, si no hubiera sido gol el árbitro lo cobraba igual de la vergüenza.
Y el tipo se dio vuelta como si no hubiera hecho nada en toda la tarde, se pasó la palma de la mano por el pelo engominado para ver si se había despeinado y buscó cansinamente el centro del campo. Tan folklórico alarde de magia, este descubrimiento de América que fue bautizado como “La apilada de Capote”, pasó a ser la expresión máxima de la idiosincrasia sudamericana en todo sentido, no solo en el del fútbol argentino.
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